
Erik estaba pasando una mala racha, dormía bastante mal, asique lo que ocurrió aquella noche fue de lo más normal. El aire caliente entraba por la ventana y el sudor le caía por la frente a borbotones. El sueño iba a ser una ilusión esa noche porque claramente ese desvelo tenía pinta de durar horas.
Se levantó varias veces al baño, a la cocina, a la terraza... e hizo toda clase de inventos con la persiana. Tal vez si la bajo no entrará el calor, tal vez si la subo entrará el aire.
El suelo empezó a temblar sobre sus pies de manera ligera. Se incorporo en la cama, creyendo tal vez haberse dormido y no haberse dado cuenta. Volvió a recostarse sobre su empapada almohada he hizo el intento número 200 por dormir. De nuevo ese coletazo que le asustó la primera vez ser repitió. Esta vez no parecía ser fruto de un adormilamiento, ni de su imaginación; sus botes de colonia de la estantería habían caído al suelo.
Verdaderamente se sintión asustado y se dió cuenta que estaba siendo testigo de un terromoto. Lo había visto mil veces en las películas, en telediarios, pero no tenía ni idea de lo que tenía que hacer. Corrió a refugiarse bajo el marco de la puerta del baño, más empapado en sudor que hacía una hora por el calor.
Después de 20 minutos en esta postura por fin recupero la calma y se dió cuenta que todo había cesado. Volvió a la cama, ahora si que era imposible dormirse.
Al día siguiente con su cara de pocos amigos, y de menos después de una noche en vela, salió de casa dispuesto a encontrarse con más testigos del terremoto.
No le hizo falta llegar muy lejos. Cuando bajo la escalera y se vió en el rellano del bajo, en el portal, pudo comprobar que es lo que había pasado. Un remolino de gente alrededor de la casa de Don Bernabè le hizo sospechar. Allí si que había pasado un huracán, estaba todo completamente destrozado. Por fin comprendió. La bombona de butano de Don Bernabè estalló en la noche.