miércoles, 6 de febrero de 2008

Hágase Leninista

El cardenal de Barcelona, en su primera intervención pública como tal, advirtió de que el aborto, aunque se realice bajo los supuestos recogidos en la ley que lo regula, no es “moralmente aceptable”, y recordó que los legisladores no son “la fuente de la moralidad”. Y es que es incomprensible que queramos privar del derecho a la vida a los más inocentes e indefensos.

VALENTÍN ABELENDA CARRILLO, Salt (Girona)

A mi parecer, tienen usted y ese cardenal toda la razón: el legislador no es “la fuente de la moralidad”, eso sería aberrante, ¡a quién se le ocurre! Tome, por ejemplo, el caso de Emilio Botín, ese filántropo. El Supremo tuvo que absolverle a él y a sus compinches (Amusátegui y Corcóstegui). Todo lo que hicieron fue legal, pero apandaron los tíos tal botín (je, je) que la sentencia reconoció que las cantidades “transgreden ostensiblemente los topes máximos de la ética” y “pueden repugnar socialmente”. Legal, sí, pero ¿moral?

Sin embargo, la ley lo permite. A Botín y Cía., su moral (quizá acomodaticia o más ancha que la manga de un kimono) también se lo permite. A mí no, y como la ley no me obliga a llevármelo crudo (aunque sí me lo permita) no hay ningún conflicto, ¿estamos de acuerdo? Lo mismo pasa con el dichoso aborto: ninguna ley (que yo sepa) obliga a nadie a abortar, por tanto jamás entrará en conflicto su sentido moral con la ley. Sólo habría problemas si usted quisiera imponer a los demás su propia moral, como me sucede a mí, tengo que confesarlo. A mí, no sólo me parece inmoral enriquecerme yo así, sino también que Botín lo haga. Me gustaría que no fuera legal. A usted le parece inmoral que aborten los demás. Le gustaría que no fuera legal. ¿Qué podemos hacer usted y yo, amigo Valentín?

Siga el ejemplo de Lenin. Cuando llegó a Rusia y proclamó sus tesis de abril, nadie estaba de acuerdo con él. ¿Qué decidió hacer? Pues quedarse en minoría e intentar razonar con la mayoría: “¡Qué le vamos a hacer! No tenemos más remedio que explicarnos pacientemente, con insistencia”. En eso estamos también usted y yo, ¿no le parece? Y añadía: “No queremos que las masas den crédito exclusivamente a nuestras palabras. Nosotros no somos unos charlatanes. Queremos que se libren de sus errores de la mano de la experiencia”. Los charlatanes se enchufan a la red (aducen una autoridad sobrenatural, por ejemplo, o episcopal o marxista) y así se cargan ellos solos de razón, como la pila de un móvil. No quieren convencer, sino imponer. Usted y yo, en cambio, no queremos que nos hagan caso porque lo decimos nosotros, Dios, Lenin o un cardenal; queremos que la mayoría se dé cuenta por sí misma. Intentamos persuadir, ¿verdad? Con paciencia. Con insistencia. Tal vez con éxito, como Lenin.

RAFAEL REIG

http://blogs.publico.es/rafaelreig/?p=132