jueves, 1 de octubre de 2009

LA MONEDA

La moneda tenía una canto extraño, como rugoso. Fidel la mordisqueo, como si así fuera a determinar algo concreto. Yo le miraba resignada, con los ojos en blanco y resoplando su fantochería.
- Pues parece real. - Se atrevía a decir tras su quinto: miro la moneda, mordisco.
La semana que llego la tormenta y arraso con todo, Fidel y yo decidimos marcharnos. Nuestro chamizo quedo totalmente derruído y desde que murieron mis padres no hemos estado demasiado tiempo en el mismo sitio. Asique cuando lo vimos en aquel estado, cogimos nuestras pertenencias y comenzamos a andar.
Fue ese día, en el que emprendimos nuestro viaje a tierras mejores cuando encontramos una moneda de un tamaño considerable con unos dibujos extraños, algo ennegrecida y como decía, con el canto rugoso. Fidel se avalanzó al suelo, como si hubiera descubierto un tesoro, y asi lo creia él. Penso que se habían acabado nuestras desgracias, solo teníamos que llegar a una ciudad donde hubiese gente pudiente interesada, seguramente, en aquella moneda que vete tu a saber la riñonada que podría valer.
Yo en cambio, será la vida que me hizo dura, pensaba de otra manera. Yo no tenía más fantasía que llevarme un trozo de queso a la boca, lo demás se me antojaba tan lejano que pensaba que no era para nosotros.
Efectivamente llegamos a una ciudad, las mujeres vestían lujoso frente a mi traje andrajoso y los hombres con bombín.
Fidel empezo a hacer gala de su charlatanería y pronto nos vimos siguiendo a un hombre muy bien vestido pero con cara de malo. Fidel decía que eso eran imaginaciones mías, que aquel hombre era un prestigioso coleccionista de monedas y que nos daría una sustanciosa cantidad de dinero, tanto que se nos olvidarían las desgracias pasadas.
Pero nada fueron las desgracias pasadas con las que nos esperaban.
El hombre trajeado nos llevo a una casa, de peor aspecto de la que Fidel imaginaba, pero me miro como diciendo: no saques conclusiones precipitadas. Pero corta me quede.
Cuando nos encontramos con él, Fidel le conto todas nuestras visicitudes: que eramos huérfanos y pobres, que no teníamos casa, ni familia... pero poseíamos una valiosa moneda. El hombre nos llevo a su casa y de la noche a la mañana nos convirtio en sus esclavos. Por supuesto se quedo la moneda, y es la vez que más me hubiera gustado acertar en mis pensamientos, pero esta vez me gano Fidel: la moneda era valiosa.
El hombre se hizo rico y nosotros sus esclavos. Lo único que nos queda es escapar, pero eso es otra historia.