
Desde mi ventana veo todos los días una plaza, que nunca esta quieta. Siempre hay movimiento en ella, los niños corren y la gente va de un lado a otro siempre pasando por esa plaza.
Desde mi ventana mi mundo esta quieto y me gusta asomarme y ver que el mundo no lo está. Que la gente anda, camina, deprisa, aunque aqui todo es distinto y la gente no parece tener prisa y todos quieren estar en la calle.
Se amontonan las risas, los gritos, los golpes unos detrás de otro y yo desde la ventana se que veo la mitad y aun así, siento toda la inmesidad de la plaza.
Los días que hay mucho viento hasta las bolsas de snancks de los niños y las hojas de los árboles revolotean dando vida a la plaza. No descansa.
Desde mi ventana también veo llegar el autobús, otro elemento que no se está quieto en la plaza. Va y viene, suben y bajan, rostros anónimos aunque ya conocidos y echo de menos ir en él y escuchar las conversaciones de la gente, aprenderme un cachito de su vida en lo que dura el trayecto.
Desde mi ventana me pierdo los sonidos, solo veo los cuerpos moviéndose y se que mi silencio es la voz de mi historia. Porque para mi, ahora todo es como una película, sin sonido, subtitulada en la que cada entrada a este blog es el guión.
Cuando llega la tarde, la noche, bajo la persina me despido de la plaza, de la calle y llega él a poner música a mi historia. Y coge la guitarra y todas las canciones me parecen tristes y me siento protagonista de cada una de ellas. Quiero que aprenda a tocar salsa, y bailarla pero esta vez desde la calle, en la plaza y no desde la ventana.